Mi libro "Volver a los diecisiete. Diario de Miguel Enríquez” aparecerá en unas semanas, publicado en Italia por Libertarian Books Europe. Este es el prólogo del autor, con reminiscencias de mis encuentros con quien sería con el tiempo el líder del MIR.
Breve sobre mi encuentro con Miguel
Miguel comienza a escribir su Diario de Vida en 1960-1961. Él tenía entonces 17 años. Su pluma era herencia de una dinastía de políticos ilustres que han marcado huella tanto en Chile republicano, como antes en la España monárquica.
Cuando nos conocimos en 1956 entre juegos y pláticas en el Barrio Universitario de Concepción –que fue un lugar de encuentro natural puesto que su padre y mi madre fueron profesores de aquella universidad– Miguel tenía doce años y me hablaba de su familia con manifiesto orgullo (describo detalles de ese encuentro en un capítulo de este libro).
Efectivamente, según su hermano Marco Antonio Enríquez, doctor en historia por la Universidad de Paris (Sorbonne), la dinastía de los Enríquez se remonta a los Almirantes de Castilla (nobles designados por la corona española) que mantuvieron la jefatura de la armada castellana desde inicios de los 1400s y hasta finales de los 1600s. Entre ellos Fadrique Enríquez, Alfonso Enríquez, Luis Enríquez y Téllez-Girón, y Fernando Enríquez de Velasco. Y durante la época colonial, un miembro de la dinastía Enríquez (Juan Enríquez Villalobos, caballero de Calatrava) fue Gobernador del Reino de Chile en 1670-1682.
Pero en esos meses de verano de fines de 1956 y comienzos del 57, el orgullo de Miguel era, aparte de su padre, sus dos tíos senadores: Inés y Humberto Enríquez Frödden, ambos del Partido Radical. Con el tiempo, el mismo padre de Miguel llegaría a ocupar un cargo aún más relevante en la política, como ministro de estado.[1]
Como lo he descrito en Rebeldes Con Causa – Mi vida con Miguel Enríquez y los DDHH, desde un comienzo se establece esta conciliación de ideas y preferencias con Miguel.[2] Ni a él ni a mi nos interesaba leer literatura post-infantil –o ya la habíamos leído tiempo atrás. Sin embargo, la influencia de sus tíos radicales, más la de su padre, el Dr. Edgardo Enríquez Frödden (quien era, como delegado del Serenísimo, la autoridad máxima de los masones en Concepción) permeaba el precoz discurso ideológico de Miguel.
Aquel discurso se puede caracterizar como laico, liberal y con un dejo de social-democratismo. O sea, lo que el Partido Radical de sus tíos decía o aspiraba representar. Por lo demás, el abuelo paterno de Miguel, el abogado Marco Antonio Enríquez, era miembro del Partido Liberal. El bisabuelo paterno de Miguel, dueño de fundo y de tradición conservadora. [3]
Así, en los tiempos de 1956 Miguel era un receptor y portavoz del liberalismo en lo social, e incluso propagaba los planteamientos de, especialmente, su tío Humberto (los que hoy, con alguna generosidad, podrían considerarse socialdemócratas). Y fue esa actitud laica y libre-pensadora en lo ideológico lo que funcionó como amalgama coloquial desde nuestros primeros encuentros.
Y esto porque yo por mi parte era ya liberal acérrimo, ateo, y "comecura". Y todo esto a pesar de, o como reacción a, que mi familia era pía y conservadora, y hasta financiaban en parte al clero. Mi abuelo era por añadidura monárquico y fue especialmente a Génova a votar en contra en el referéndum del 2 de junio de 1946, el que aboliría la monarquía italiana e iniciara la República. Fue mi estancia en colegios católicos y lo inasible de absurdas exegesis dictadas por curas y sacerdotes (a veces a golpes) lo que espoleó mi entrada a la ideología opuesta –profundamente liberal y apasionadamente anticlerical. Fue allí donde llegué a la literatura humanista y librepensadora, y a mi primer encuentro con Enrico Malatesta.[4]
Y si dicen que los hermanos mayores influencian, a través de ser ejemplo, o por imitación, o por convencimiento racional en el mejor de los casos, mi hermano mayor ya estaba en la Juventud del Partido Liberal. Y el hermano mayor de Miguel ya había empezado a leer los clásicos del marxismo, y a Lenin y Trotsky –fuentes a las que Miguel mismo acudiría ávidamente un par de años más tarde.
Caminos distintos
Nos habíamos conocido cuando Miguel tenía doce años. Al año siguiente comenzamos a ser compañeros de banco en el tercero de humanidades (3º A) del Liceo de Hombres Nº1 de Concepción. Nuestro debut político – o “estreno en sociedad”, como lo llamábamos festivamente– se realizó en abril de ese año, cuando participamos en las demostraciones de estudiantes y trabajadores en protesta por el alza a las tarifas de locomoción, de siete a diez pesos. Eso fue durante el gobierno de Ibáñez.
La participación de Miguel en esa primera protesta de 1957, recién cumplidos sus trece años, representaría un valor icónico en el análisis de su compromiso social por los años, y hasta su muerte: él no era usuario del transporte en microbuses; desde nuestros hogares caminábamos con holgura la distancia al liceo, y luego a la universidad. La lucha de Miguel y sus pares por los pobres de Chile fue siempre un proyecto absolutamente altruista, ajeno a algún tipo de necesidad o interés personal.
El período del segundo ciclo de la educación secundaria se marca por la concentración en las lecturas de los clásicos de todo orden, en literatura, socialismo utópico, marxismo, etc. Y es entonces cuando Miguel perfila sus lecturas hacia el leninismo y las críticas de Trotsky al modelo estanilista, y yo por mi parte a los filósofos anarquistas, exitencialistas y libertarianos. En 1959 hube de dejar el liceo por decisión de mis padres y a pesar de estar de vuelta a un colegio privado (propiedad del Arzobispado), nuestra amistad con Miguel continúa indeleble. Además, en ese año llega entonces Bautista van Schowen a Concepción. Luego en 1960, cuando el terremoto daña mi vetusto colegio (castigo de Dios), mis padres me envían a casa de tíos y otro colegio en la región Valparaíso. El contacto con Miguel continúa de manera epistolar.
Ya en la Universidad de Concepción, Miguel comenzó a estudiar medicina en 1961 y yo en cambio elegí filosofía y derecho. Sin embargo, seguíamos con el mismo pequeño grupo de amigos (Miguel, su hermano Marco Antonio, Bautista van Schouwen, Jorge Gutiérrez Correa,[5] a quien Miguel conoció en primer año de medicina, y yo). Nos reuníamos con avidez y frecuencia en un pequeño departamento que su padre le había construído en el patio de su residencia en Avenida Roosevelt 1654. Este texto de Ignacio Vidaurrázaga, autor y biógrafo de Miguel, contiene un testimonio del Dr. Edgardo Enríquez Frödden sobre aquella estancia legendaria:
“Esa pieza del fondo en los albores de esta historia la conocieron varios de los conjurados. Por cierto, Marcello Ferrada Noli y Bautista van Schouwen. Ahí también llegarían Andrés Pascal y un compañero de estudios y de luchas: el Bombita Gutiérrez.
Edgardo Enríquez Froedden –en testimonios a Jorge Gilbert– también se refiere a la significación de esa habitación en esta historia: «Siempre lo digo en broma, que el MIR se formó en la pieza de mis hijos que tenían al fondo de nuestra casa». Luego, y de inmediato, se refiere a cómo apreciaba lo que sería la organización que por entonces se fraguaba, entre otros sitios, en esa pieza del fondo: «Creció rápidamente y en forma tan violenta, que muy pronto pasó a ser mayoría entre el estudiantado de Concepción. Era un partido de gran honestidad, violento, valiente, pero al mismo tiempo formado por gente sumamente inteligente y preparada». /(Interferencia, 05/10/2022)
Ese año 1961 fundamos el MSI (Movimiento Socialista de Izquierda) y en 1963 la fracción MSR (Movimiento Socialista Revolucionario) en la Juventud Socialista de Concepción. Luego fundamos el MIR en 1965.
Pienso que, en su vida interior, Miguel vivía en la misma dicotomía de todos aquellos que genuinamente emprenden la tarea política revolucionaria desde jóvenes: por una parte, el deber, la dedicación ciento por ciento a una misión a la que se debe entregar el alma toda, todo el tiempo, y seriamente.
Por otra parte, su ancestro social no los abandona; la presencia inusitada del sabor de las cosas bellas de la vida, las notas musicales clásicas que golpean las sienes; los aromas del amor ardiente confundidos en el sabor elegante de aquel vino; las risas que crecieron en carcajadas y se apagaron en lágrimas y se convirtieron en nostalgia...
Pero aquella intromisión cultural es condenada a lo instantáneo.
Ellos, los revolucionarios fulltime, no permiten que esas emociones se conviertan en pasajeros no invitados, en polizones a bordo de sus fusiles.
Pienso que, en mí, Miguel proyectaba ese arquetipo de sobrevivencia que él mismo no se lo permitía, ni se lo permitió –a excepción de las mujeres.
Nunca me criticó mi revolucionarismo hedónico compartido con artista a medio tiempo.
Al contrario, me pide claramente en la dedicatoria de un libro que me obsequia para las Navidades de 1966 ("El lenguaje olvidado", por Erich Fromm):
"Para que recuerdes al viejo Ferrada,
de la guitarra, los poemas
y las mujeres."
Miguel no vaticinaba para mí una carrera académica. Lo dice de alguna manera en su diario. Él insistía que me quedara como “su” artista. Y lo comenté cuando finalicé mi doctorado en medicina en el Instututo Karolina de Estocolmo, y en donde le dediqué a Miguel mi tesis doctoral [Traducción]:
“Dedico este trabajo a la memoria de mi mejor amigo, del colegio a la universidad y de los juegos infantiles a la lucha armada, y quien fuera padrino de mi boda: Miguel Enríquez. Miguel fue un brillante estudiante de medicina y más tarde un prometedor neurocirujano. Murió heroicamente en combate activo tras un asedio de fuerzas fascistas, durante la resistencia armada contra el pasado gobierno militar en Chile. El gobierno cubano, rindiendo homenaje a la memoria del líder revolucionario, nombró al moderno Hospital de La Habana "Hospital Dr. Miguel Enríquez". En el discurso de homenaje, el ministro cubano de Educación, Armando Hart, finalizó sus palabras expresando: ´¡Larga vida a quienes quisieron tomar la luna por asalto!´… …Además, dedico este trabajo a todos mis amigos que quedaron en los campos de prisioneros de la Isla Quiriquina, el estadio y la cárcel de Concepción. Todos ellos lucharon y partieron con honor. Particularmente Dr. Bautista van Schouwen…”
Último encuentro
Nuestro último encuentro personal fue en 1971, cuando Miguel viajó a Concepción al funeral de Alejandra Pizarro, su ex-esposa. Miguel y Alejandra habían sido testigos de mi matrimonio en Concepción en 1968. Esta reunión con Miguel (1971) transcurrió durante un encuentro familiar en la casa del rector de la Universidad de Concepción Don Edgardo Enríquez Frödden, quién la ocupaba oficialmente. Entonces Miguel estaba destrozado de tristeza y yo nunca lo había visto así, con tanta pena.
Luego Miguel le escribió una carta a Irene, la madre de Alejandra, en la que le dice "A pesar de haberme separado, en los hechos es la persona que más he querido". [6]
Ese último encuentro con Miguel, y por legítimas razones, contrastaba diametralmente con el que habíamos tenido sólo meses antes, en esa misma casa, en medio de risas y recuerdos. Eso fue cuando llegó con su Austin Mini, en compañía de Andrés Pascal, y me mostraba orgulloso que había aprendido a conducir. Y en esa oportunidad me pide que fueramos a dar una vuelta en mi motocicleta, él incógnito, por la plaza del centro de Concepción y volviendo por la diagonal que da al Barrio Universitario –como un saludo a los viejos tiempos. Era entonces, de nuevo, el Miguel adolescente feliz, risueño e intrépido.
Miguel se había trasladado a Santiago definitivamente en 1968 (fue elegido secretario general del MIR en 1967) en donde finalizó sus estudios de medicina. Vivía clandestino con su esposa Alejandra en un departamento en el segundo piso en calle Bellavista, donde los visité varias veces. Incluso allí celebramos mi cumpleaños de 1969, una sorpresa preparada por Miguel en plena clandestinidad, y luego que él me había hecho llamar desde Concepción. Yo pensaba que era sobre una tarea orgánica, lo que en la realidad en vez era una fiesta de alegres recuerdos e intercambio de sueños, de seguir la estela de una luna que se nos escapaba de las manos.
En ese entonces (julio de 1969) nos hacíamos compañía con Miguel en la lista de trece dirigentes del MIR "prófugos de la justicia", decretada por el gobierno democratacristiano de Eduardo Frei (ministro del interior Pérez Zuchovic) al declarar al MIR fuera de la Ley. Un par de semanas después, el 2 de agosto de 1969, fui capturado en un control caminero de Carabineros, luego entregado a detectives de la policía política de Investigaciones –los esbirros de aquel tiempo – los que días después me llevan “estrictamente incomunicado” [7] a la cárcel de Concepción, para nuevos golpes. Miguel nunca fue detenido.
Entre medio de esos años 1968–1971 seguí encontrándome con él en innúmeras oportunidades, tanto en Santiago como en Concepción. Yo por mi parte nunca quise dejar Concepción y lo que es una razón por la que la Comisión Política me encomendó en vez la dirección de la brigada universitaria del MIR, lo que luego progresó en la dirección del grupo de profesores del MUI y otras tereas vinculadas a la universidad.[8]
Durante aquel tiempo se hicieron más explícitas nuestras diferencias en interpretar el mundo social y nuestro rol en su cambio. Miguel arracimaba su leninismo y el "Qué Hacer" de éste era el qué hacer de Miguel. Yo me afirmaba en la lectura libertaria y humanista que en mi pre–adolescencia comenzó con Voltaire y Malatesta. Criticado primero como "anarquista", y luego, por leer a Marcuse, Sartre, o Fromm, Miguel se lamenta de mi "conciliación ideológica" y "senilidad prematura". Aquello lo estampa Miguel en una dedicatoria de un libro de Erich Fromm, su regalo para mi cumpleaños en 1966. Entonces yo cumplía veintitrés años:
Pero a pesar de ser diferentes en carácter, preferencias intelectuales y pensamiento ideológico y también político, nuestra amistad fue siempre muy intensa a lo largo de los años. También tuvimos distanciamientos orgánicos serios, como por ejemplo en un período en 1964 en que me yo me negaba a formar parte del proyecto VRM. E incluso algunas diferencias de estrategia durante la redacción de la primer tesis político-militar presentada en el congreso de fundación del MIR en 1965, documento que hicimos Miguel, su hermano Marco Antonio y yo.
El último comentario –en mi conocimiento– que tengo de Miguel sobre mi persona, es de cuando me capturaron en medio de las actividades de resistencia en Concepción en 1973. Según me relata una compañera en el entorno orgánico de la Comisión Política del MIR de la época, al conocer las noticias de mi captura por diarios de Concepción y Santiago [9] él "se puso triste" mientras comentaba mi persona en términos fraternales, según el testimonio. [10]
El Diario de Miguel deja opiniones gratas e ingratas, una que otra vez despiadadas, respecto a todos los que fueron cercanos a él, novias y amores, amigos íntimos, familia. Y yo no soy excepción. Pero, en resumen, para terminar esta breve reseña sobre nuestra amistad, le dejo a Miguel mismo la palabra, lo que él opinaba. Esto es lo que me transcribe (2016) quién fuera custodio del Diario de Miguel Enríquez durante varios años –el historiador Marco Álvarez Vergara:[11]
"Soy el custodio del baúl de Miguel, que contiene diarios de vida, cartas, manuscritos y mucha documentación más. Hasta el momento he transcrito el diario de vida de 1961 (letra muy complicada). En sus páginas, en reiteradas ocasiones se refiere a usted. Hay más de un "admiro a Marcello por su personalidad". Habla mucho que en ese tiempo se encontraba "solo". Bauchi comenzó a pololear con Inés; Darío viajó a la URSS; Lalo (Eduardo Trucco) "ya casi no lo veía" y de Rodrigo Rojas habla muy poco. Pero de usted, dice: "Marcello me apoya" (...) "me viene a buscar para ir a las fiestas mechonas" (...) "nadie me hace tanto reír con él", etc. Y muchas cosas más."
Al revés de lo que podría suponerse, el Diario de Miguel no es un itinerario de su obra política, orgánica o militar. No es del estilo del Diario de José Miguel Carrera. Lo que ha sobrevivido del Diario de Miguel son anotaciones que en parte significativa están centradas en su vida amorosa de adolescencia y temprana juventud, y sus cándidas, honestas confesiones sobre su desarrollo multidimensional hacia la profesión de hombre.
Para bien interpretar los pensamientos y emociones que brotan de las líneas híper personales del adolescente Miguel, el lector necesitaría el mimo cristalino espíritu del autor del Diario. Se requeriría que el lector mismo pudiese "volver a los diecisiete después de vivir un siglo" –lo que significaría, en la profunda formulación de Violeta Parra, "descifrar signos sin ser sabio competente".[12] Por lo cual pido que se me entienda: mis comentarios sobre los pasajes del Diario de Miguel que aquí transcribo no son incuestionables; pero están escritos con cariño a un inolvidable amigo, y con gran respeto a una figura legendaria en la historia de nuestro continente. Respetado incluso por sus enemigos.
Amistades que salvan
Para finalizar, quiero relatar una experiencia vinculada a mi amistad con Miguel, ocurrida en mis tiempos de prisionero en la Isla Quiriquina, en octubre de 1973:
Aún siendo Isla Quiriquina parte de la base naval de Talcahuano, los prisioneros eran allí traídos desde múltiples localidades de la región. Por ende, los interrogatorios a los prisioneros se realizaban por un equipo de inteligencia militar compuesto por oficiales y suboficiales del Ejército y Carabineros de Concepción, uno que otro detective de la policía política, más personal de la Armada. En ese tiempo no existía aún la DINA.
La segunda vez que soy llamado a interrogatorio, me ingresan a una pieza en la cual, detrás de una mesa que sirve de escritorio, están tres interrogadores. Otros marinos armados, de pie y detrás del escritorio. Sentado al medio está un oficial con uniforme de la Armada y de genotipo europeo (probablemente su nombre sería Ary Acuña Figueroa –entonces a cargo del Departamento de Inteligencia Ancla Dos– pues el tipo físico que refiero corresponde a descripciones de otros ex-prisioneros de aquel entonces que así lo identifican). A su lado derecho un detective de Concepción que tiene abierto un libro grande, tipo "libro del curso" del liceo. A este detective, de baja estatura, lo reconozco como uno de los torturadores durante mi detención en la Prefectura de Investigaciones de Concepción en agosto de 1969. [13]
El detective le muestra el libro abierto al oficial de la Armada y le comenta:
– "Este es el del equipo de miristas desde que empezaron en la universidad, muy amigo de Miguel Enríquez ".
El oficial naval me mira fijo y enseguida me increpa:
– "¡Dónde está Miguel Enríquez! ¡dónde se esconde!"
Antes que pueda responder recibo por detrás una bofetada anónima en la oreja derecha.
Esta fue mi respuesta:
– "Yo ignoro donde se encuentra Miguel Enríquez. No creo que nadie lo sepa, salvo él. Nadie lo sabe, porque naturalmente están todos clandestinos en Santiago. Ud. comprende. Y yo siempre he estado en Concepción, como le consta al detective."
El oficial de la Armada (con otro tono):
– "Sí, pero si eres tan amigo de Miguel Enríquez debes saber dónde encuentra"
Le respondo:
– Yo no sé dónde está Miguel Enríquez. Es imposible. Y si yo supiera donde está, tampoco lo diría. Si Usted estuviese en una situación similar, estoy seguro de que tampoco lo haría. Porque ¿diría Usted donde se encontraría escondido su mejor amigo?
Mirando al guardia detrás mío, el oficial levanta la mano en un gesto de "pare", y luego de unos segundos en silencio, ordena:
– "Ya, llévenselo no más de vuelta al gimnasio".
No torturas aquella vez. Me salvó la amistad de Miguel.
(P.S. En el primer interrogatorio, el duro, y además barroco, me habían insistentemente preguntado por el paradero de las armas del MIR...las que prácticamente no existían. Los que nos enfrentamos en defensa propia a los golpistas en el centro de Concepción las horas o día después del once de septiembre, lo hicimos con armas privadas. Pero esa es otra historia para contar aparte).
Miguel Enríquez y el autor en 1968. Foto tomada por Inés Enríquez Espinoza en la Desembocadura del Bío-Bío en Concepción.
El libro "Volver a Los Diecisiete. Diario de Miguel Enríquez", se encontrará en Libertarian Books Europe, a partir de la tercera semana de mayo 2025.
Notas y Referencias
[1] Luego de ser rector de la Universidad de Concepción, Don Edgardo Enríquez Frödden fue ministro de educación en el gobierno de Salvador Allende.
[2] M. Ferrada de Noli, Rebeldes Con Causa. Mi vida con Miguel Enríquez y los Derechos Humanos. Libertarian Books Europe, 2020. ISBN 978-91-981615-2-6 Pág. 271-282.
[3] Los bisabuelos paternos de Miguel fueron Clotildo Enríquez y Leonor Plaza de los Reyes, dueños de fundo nacidos al final del siglo XVII.
[4] M. Ferrada de Noli, "My Libertarian Road to Malatesta. A left liberal path to classical humanist values". Libertarian Books Europe, Bérgamo 2024. ISBN 978-91-981615-4-0
[5] Dejó nuestro grupo en 1965.
[6] Waldo Díaz y Pilar Palma, La accidentada historia detrás de la hermana de Enríquez, La Tercera, 7 agosto 2009.
[7] "Incomunicado Ferrada". Artículo con ese nombre en diario "Noticias de La Tarde", Concepción, 5 agosto de1969.
[8] A proposición de Miguel, la Comisión Política del MIR me nominó candidato a rector de la U. de Concepción para 1973 –proposición presentada en Concepción por Nelson Gutiérrez. Luego opuesta por el secretario regional Manuel Vergara (expulsado del MIR en septiembre de 1973).
9] La Tercera, Santiago, 5 Octubre 1973; Diarios de Concepción El Sur, Crónica y Diario Color, octubre 1973.
[10] Comentario entregado en Malmö, Suecia, por una compañera que había sido una secretaria de la CP en Santiago. Ella era entonces (1976) miembro de los grupos "GAM" en Malmö, y que yo visité en tareas orgánicas por encargo de la dirección del MIR en Estocolmo (Juancho). Ella es la esposa de un ex-miebro del Comité Central del MIR, Álvaro Rodas; pero no recuerdo su nombre.
[11] Correo de Marco Álvarez Vergara, 11 mar 2016.
[12] "Volver a los diecisiete
Después de vivir un siglo
Es como descifrar signos
Sin ser sabio competente"
/Violeta Parra (1962). En "Las últimas composiciones", álbum publicado en 1966.
[13] Rebeldes Con Causa, op. cit. Págs. 71–76.